Prólogo Continuación
Ya se acerca de nuevo el momento de continuar la aventura dejada hace seis meses. Ahí llegue hasta Burgos, no pudiendo continuarla por la lesión del tobillo que me producía un dolor considerable que afectaba a mi estado de ánimo. También el mal tiempo tuvo su influencia, en octubre tuve cuatro días seguidos de lluvias que incrementó la tendinitis.
Una vez recuperado, mi cabeza volvió a planificar la continuación. En enero comencé a entrenarme de nuevo. No estaba dispuesto a sufrir otra dolencia por la falta de preparación. Estuve durante tres meses andando de 3 a 5 horas diarias y los fines de semana me iba a la sierra a pasear durante todo el día.
También había aprendido que el peso era un lastre que había que reducir al máximo. Un semana con una mochila a tope podría terminar derribando a cualquiera. Así que monté una mochila con sólo 7 kilos. Esperaba que el tiempo me respetara. Mi cuerpo más de cuatro días de lluvia no lo soporta bien y mi ánimo se deprime.
Compré el billete del autobús que va a Burgos a primera hora de la tarde, para llegar al albergue antes de las ocho. Esto me permitiría un rato de charla con los peregrinos e ir integrándome en el mismo.
El nerviosismo volvió la noche anterior a la partida y las dudas también. Todo son preguntas, aunque he de reconocer que haber estado y saber lo que podía llegar a pasar me alivió bastante.
La mañana antes de la partida fui a trabajar teniendo todo preparado. A la una me fui para casa para cambiarme y recoger la mochila, no quiero perder ni un minuto de mi tiempo de vacaciones. Esto también me impide pensar demasiado.
El autobús se coge en la Avda. América y puntual se puso en marcha. El viaje fue rápido y cómodo, y a las 18:30 estaba ya en la estación de Burgos.
Ya con la mochila me dirigí lo primero a la Catedral. Yo considero que esta es una de las más maravillas catedrales del mundo y me es imposible pasar por esta ciudad y no visitarla con un cierto detenimiento, siempre encuentro detalles y lugares que me embelesan. Sus torres gótica me hicieron sentir de nuevo peregrino.
De allí me fue hasta el albergue del parque del Parral. Los días anteriores había estado lloviendo y la tarde amenazaba tormenta, aunque de momento la luz era espléndida.
Ante el albergue lo primero que distinguí fue un gran charco de agua que impedía el paso franco a la caseta prefabricada de los dormitorios, y era necesario andar con cuidado para no mojarse. Sellé y tomé posesión de la parte de abajo de una litera cerca del baño. Las sensaciones se repetían respecto a la última vez que estuve aquí. Hay demasiadas literas aunque tuve suerte de que no estuviera demasiado lleno.
La cama de arriba estaba ocupada por un madrileño llamado Miguel que también iniciaba hoy el camino. Estuvimos hablando un rato de nuestras anteriores experiencias. El realiza el camino en trozos de 6 o 7 días. Esta vez va hasta León.
También estuvimos hablando con dos señores que terminaban hoy. Habían empezado en Roncesvalles y nos contaron que habían tenido varios días de lluvias y que se iban con mucha pena.
Pronto me metí en la cama con el ansia de que el tiempo pasara rápidamente y así empezar a caminar y volver a sentir viejos sentimientos.
Burgos – Castrojeriz. 26 de abril del 2003
La noche pasó tranquila aunque me desperté tres o cuatro veces. A las cinco de la mañana me desperté definitivamente y estuve repasando el camino desde Roncesvalles que había realizado en octubre. Volvieron a mi cabeza momentos, personas y paisajes tan añorados por mi. También recordé lo que decía la guía del día de hoy, esta anuncia un recorrido llano en los primeros kilómetros y luego subidas y bajadas a tres mesetas, en principio un autentico sube y baja.
Con estos pensamientos y poco a poco las manecillas del reloj fueron avanzando. Cuando anhelamos que pase el tiempo ¡que despacio va!, pero cuando queremos lo contrario, ¡VUELA!.
A las seis y media empezaron los ruidos de los más madrugadores. Sin pensarlo, me levanté y tras un rápido aseo metí en la mochila el saco y salí al exterior.
Yo habitualmente en el camino, dejo la noche anterior todas las cosas ya recogidas y sólo queda fuera el saco y la ropa que voy a utilizar al día siguiente. De este modo en muy poco tiempo, y con muy poco ruido, estoy dispuesto. La ropa con la que ando es un pantalón corto de deporte, una camiseta de algodón, la gorra, unos calcetines sin costuras y las botas o sandalias, según la etapa. Cuando hace fresco me pongo un polar con cremallera.
Esa mañana salí con el polar, la noche había estado lloviendo y hacía fresco, el cielo estaba despejado y el día sería claro y soleado.
Fui el primero en salir. Por el parque hacia la puerta del Rey fui dando mis primeros pasos de peregrino que me llevarían a los pies del ansiado destino, Santiago.
La salida de Burgos se hace mucho más deprisa que la entrada. Se coge un camino agrícola que en algún momento se mete en medio de una hermosa chopera, que a esas horas y entre dos luces parece fantasmal. En una hora por camino llano se llega a Villalbilla. Este pueblo se pasa por la zona periférica donde un sábado a las 8 de la mañana no hay ningún servicio para el peregrino.
Ya empezaba a necesitar un desayuno adecuado. Esta mañana no había tomado nada por los nervios de la partida.
De este pueblo a Tardajos se atraviesa un entramado de carreteras en construcción bastante desagradable y peligroso. Pero con resignación y sin pensar demasiado en el entorno y mucho en mis propios pensamientos fui avanzando por este recorrido no demasiado bello. A las 9 llegue a Tardajos después de atravesar el puente del Arzobispo sobre el río Ubierna.
En Tardajos pude desayunar en un bar al lado de la Iglesia de la Asunción. El bar estaba recién abierto y me ofrecieron croisanes calientes, que sin dudarlo acepté.
A los 20 minutos reemprendí la marcha por la carretera que en poco tiempo atraviesa el río Urbel por un puente. Rabé se encuentra a menos de dos kilómetros. En este pueblo hay un albergue que ofrece café al peregrino a esta primera hora. Yo no paré pues acababa de desayunar.
A la salida del pueblo hay una ermita con dos caminos que se vuelven a reunir más adelante, concretamente 5 kilómetros después. Las flechas marcan él de la izquierda y ese cogí. Pero cuando llevaba medio kilómetro, un agricultor se me acercó y me dijo que por el otro había visto una peregrina con un niño en un carro, y que si cambiaba de recorrido la podría ayudar, pues el barro la entorpecía muchísimo el recorrido. Me pareció absurda la situación, pero ante la insistencia retrocedí y tomé el otro camino agrícola. Este estaba mucho más definido y seguro que más utilizado por los tractores pues su firme era mejor.
A los 10 minutos encontré un ciclista quitando el barro de las ruedas en una acequia. Le pregunté por la peregrina y no la había visto. Así que continué. Al poco rato en la distancia la vi y la di alcance. Estaba tirando, o mejor empujando, de un carro plegable de niño, con el correspondiente chaval de 3 o 4 años encima, en la bandeja del carro las cosas del niño y ella con una mochila abultada. Le costaba mucho avanzar, las ruedas del carro se llenaban de barro y se bloqueaban, haciendo difícil moverlo y adelantar camino.
Eran franceses y el niño se llamaba Mateo, habían empezado el Camino el día anterior en Burgos llegando hasta el albergue de Tardajos. Hoy pensaba llegar a Hornillos, pero la lluvia de la noche había creado un pequeño suplicio para ella.
La ayudé a tirar del carro hasta el alto. Era agotador, pues además de la mochila era necesario empujar de la silla con el niño encima y con un barro que clavaba. Fueron tres kilómetros no demasiados empinados pero sudé de forma inolvidable.
En el punto donde se juntan los dos caminos me despedí de ella y del niño, ellos querían descansar un rato en la meseta, tomando el sol y respirando el aire límpido de la mañana.
Bañado de sudor recorrí tranquilamente el alto, sufriendo un aire fresco bastante desagradable. El día estaba muy limpio y trasparente, sólo algunas nubes algodonosas atravesaban el cielo.
En la bajada, y ya casi en el cruce de la carretera de Estepara a Villanueva, me junté con una pareja que hacían etapas cortas. Habían empezado en Roncesvalles y hoy desde Tardajos. No pensaban llegar más allá de Hornillos. Hablando y comentando nuestros caminos llegamos a la famosa plaza del Gallo. Visité el albergue e intenté hacer lo mismo con la iglesia pero fue imposible al estar cerrada, cosa muy habitual en todo el camino.
Mis acompañantes se quedaron en la puerta del albergue esperando a terminaran de limpiarlo. Busque un bar donde me ventilé un bocata de los que levanta un muerto.
Con las fuerzas renovadas, al salir del bar me encontré a Miguel, el peregrino de Madrid. En un suave ascenso y por un camino carretero perfectamente señalizado se llega hasta el arrollo Sambol. Aquí la guía marca que hay un albergue a la izquierda. Decidí visitarlo mientras Miguel continuó adelante.
A cosa de medio kilómetro, hay una casa rodeada por una pequeña valla. Todo ello pintado con dibujos de colores llamativos, que rememoran las épocas medievales y un hermoso juego de la oca, en medio de la nada este albergue parece un oasis de tranquilidad. Con el ejercicio realizado las tentaciones de quedarse fueron muy altas. Estaba cerrado y un cartel anunciaba que el hospitalero tardaría un par de horas. Disfrutando de la alameda toda verde y por un banco de madera, descargue la mochila y me lavé en la fuente de aguas heladas, sentándome a continuación a descansar un rato.
Cuando estaba reposando vi a una peregrina de unos sesenta años que estaba sentada junto a un árbol. No hablaba casi español, era alemana y con mi pobre inglés Tuvimos una agradable conversación. Decidimos reemprender el recorrido aunque su paso era lento y pausado, pero no me importó, hay momentos que valoro una conversación inteligente y tranquila.
Sin darnos cuenta desandamos el recorrido hasta el puente y luego por una suave cuesta ascendimos la tercera y última meseta del día. Al poco encontramos que el camino se hacía casi impracticable por el mucho barro. Las botas se llenaban de barro, haciendo muy engorroso el caminar. Terminamos haciéndolo por el sembrado, que con la hierbas permitía un paso más cómodo.
Esta alemana se llama Marie y todos los años hace largos recorridos por todo el mundo. Fue fascinante su descripción de su estancia en los parques naturales del Canadá.
Con una conversación fascinante y, mucho más deprisa de lo que yo deseaba, en poco más de una hora y cuarto nos encontramos el pueblo de Hontanas. Este se encuentra en el fondo de una hondonada. Es curioso que no se ve hasta que se está encima del mismo. Se llega con una bajada pronunciada que nos lleva a la bella Iglesia de la Inmaculada del siglo XV. Casi enfrente, se encuentra un reformado albergue que tiene todas las comodidades.
Aquí nos encontramos con Miguel que estaba descansando en un poyo a la puerta del albergue. Eran sobre las tres de la tarde y el hambre arreciaba, la hospitalera nos ofreció un magnífico bocata de salchichón y una coca cola. Más que comer devoré mientras que mis pies descansaban después de 29 kilómetros.
Siendo todavía temprano, decidí con Miguel continuar hasta Castrojeriz. Después de despedirme de Marie reemprendimos el paseo.
Al poco de iniciarlo encontramos un señor mayor que nos ofreció un trago de la bota de vino y nos invitó a entrar en el patio de su casa. Este estaba bellamente decorado con raíces de árboles. Fueron sólo 10 minutos pero valió la pena que nos explicara como recogía las raíces y como las mimaba hasta formar auténticas esculturas con formas un poco fantasmales.
En seguida se atraviesa la carretera y por un puente un pequeño río. Ya por camino y siguiendo la margen derecha del río se continua durante unos cuatro kilómetros. El sol empezaba a apretar y en esta hondonada se notaba más. Al poco se llega a la carretera que antes atravesamos. Esta tiene muy poco tráfico pero es conveniente recorrerla por su margen izquierda pues algún que otro coche pasó.
A los 20 minutos aparece el simbólico arco del Convento de San Antón. Estaba cerrado y no nos quedó más remedio que continuar.
Este convento en ruinas fue construido sobre el palacio y la huerta del rey Pedro I de Castilla. Este convento fue erigido por los antonianos, que se dedicaban a cuidar de los enfermos que llegaban haciendo el Camino, sobre todo de los que presentaban la enfermedad llamada del fuego de San Antón. Este monasterio estuvo bajo la protección real, por eso hay escudos reales en la portada de la iglesia y en las claves de las bóvedas. Lo fundó Alfonso VII en el siglo XII y las ruinas actuales son del siglo XIV. El hospital tuvo mucha importancia. También es destacable que la cruz llamada Tau o Thau, fue usada por el fundador de la orden en memoria de la liberación de los primogénitos de los hebreos, los cuales tenían sus puertas marcadas con este símbolo.
En un prado a la derecha Miguel me dijo que se paraba a descansar, yo aunque cansado estaba deseando llegar a destino así que seguí la marcha por la carretera en un terreno totalmente llano. Los dos kilómetros de recta se me hicieron especialmente largos. El cansancio empezaba a hacer mella. Los prados estaban verdes y los cereales altos. Me entretuve en las olas que formaban con el poco viento que corría. Al fondo se podía ver la Colegiata en lo alto. El paisaje era tremendamente bello en estos días de primavera.
Cuando llegue a la Colegiata me dejó impresionado la belleza de su fachada. Intenté visitarla pero tuve la mala suerte de que el sábado por la tarde no se aceptaban visitas, así que entre en el bar que hay enfrente a tomar un refresco, que bien me hacía falta. Según me contó el propietario del bar, este pueblo fue la antigua Castrum Sigerici, y tiene forma de pueblo del Camino. Esta configuración es una calle, por la que pasan los peregrinos, que recorré toda la población teniendo a su vera los edificios más representativos.
También hay un castillo en lo alto fundado por el conde Nuño , que defendió la fortaleza a finales del siglo IX contra los árabes. Antes había sido fortaleza celtíbera, romana y visigoda.
Al poco de estar allí volvió a aparecer Miguel y con él nos dirigimos por hermosas calles hasta el albergue, este está situado en la calle del Cordón. Tiene dos plantas, cocina y un patio donde reposar. Nos tocaron las dos últimas camas en el piso de arriba.
Después de una reconstituyente ducha y de reparar la primera ampolla del camino, marché a recorrer sus calles tranquilamente. Aproveché para comprar algo de fruta para el día siguiente y después visité la Iglesia de San Juan. Está en la calle-camino. De aspecto castrense con una esbelta torre y restos románicos en la base de la iglesia. Inmenso templo de 3 naves, bóvedas con nervios que se abren como si fueran palmeras. Perteneció a los templarios y más tarde a la orden de los hospitalarios. En lo alto se ve el rosetón, soberbio ejemplar de estrella de cinco puntas, pentágono invertido que tradicionalmente sirvió para representar el carnero diabólico en contraste con el pentáculo recto que representaba el Hombre Cósmico.
A las ocho y media entré a cenar en un mesón donde coincidí con dos peregrinos que tenían una agradable charla frente a una jarra de vino. Uno de ellos era francés y tendría unos 70 años. Se llamaba André y era agricultor. Había empezado el camino en el centro de Francia junto con dos compañeras de una asociación religiosa del camino, los afiliados a la misma para no hacerlo solos se agrupan, aunque ni siquiera se conozcan de antes. Sus compañeras se habían quedado en Hontanas y el había marchado delante. El otro se llamaba Javier y era un marino mercante jubilado que había iniciado el camino en Burgos el pasado viernes. Hoy venía desde Boadilla.
Hablando de las cosechas y de bouquet de los vinos se paso una agradable cena. A las 9 y media ya estábamos de vuelta en el albergue y deseando dormir para reponer las fuerzas perdidas durante el día.
Esa noche no saque el saco, no era necesario. La manta que tenía en la cama fue suficiente para no pasar frío. A las 10 en punto se apagaron las luces y no me dio tiempo a rememorar mentalmente la etapa, me dormí inmediatamente.
- Kilómetros.- 38,7.
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Castrojeriz – Frómista. 27-04-2003
A las 6 de la mañana me desperté en una habitación un poco cargada. No me atreví a levantarme pues el hospitalero nos había dicho expresamente que no lo hiciéramos hasta que las luces se encendieran a las siete de la mañana. También es cierto que todavía era oscuro y estaba tremendamente cómodo en la cama. Es increíble que durante el camino puedo dormir sin ningún problema de 8 a 10 horas, mientras que en casa es difícil que duerma más de seis y media. Recordé todo lo ocurrido en el día anterior y tuve un especial pensamiento en Mateo y en su madre. ¿Dónde habrían llegado? Lo más probable es que nunca lo sepa. Esto es una realidad diaria del peregrino, conoces gentes que ayudas o te ayudan y luego desaparecen, normalmente para siempre, pero en tu recuerdo prevalecen en el tiempo.
Con estos pensamientos se llego a las siete de la mañana, donde una música gregoriana invita a levantarse a los peregrinos. Tras un rápida ablución bajé con la mochila para empezar el camino. En la puerta el hospitalero nos invitó a desayunar en la cocina. Este gesto se agradece, pues la mayoría de los días hay que conformarse con alguna que otra galleta y algo de zumo. El hospitalero tiene una imponente barba cana y un vozarrón que impone, pero se nota que la bondad se extiende más allá de su ser. Mi experiencia con estas personas con voces de tenor es que ladran mucho, pero esconden una gran bondad, y este no iba a ser una excepción. Tomé un vaso de café, una manzana y unas magdalenas, acompañado del resto de peregrinos.
A las siete y 20 comencé la marcha acompañado por Miguel, Javier y por dos peregrinos maños, Antonio y Fernando. Estos los acababa de conocer. En seguida salí a campo abierto por un camino muy bien marcado que se dirige directamente a un puente y después a una cuesta que parece dura desde la lejanía. Se trata de la cuesta de Mostelares.
Antes del puente ya habían marchado por delante Miguel y Antonio. Yo me quedé con Javier y un poco atrás venía Fernando. La cuesta es tremendamente brusca pero apenas dura 25 minutos. A Javier le costaba subir y le fui marcando un ritmo lento pero constante, haciéndole indicaciones que redujera el paso y que entre paso y paso realizara una respiración. También le indique que no se fijara en la parte alta sino solamente se concentrara en el siguiente paso. Así conseguimos pasar la cuesta sin mayor inconveniente.
Arriba se tienen unas vistas magníficas y es necesario aprovecharla pues en muchos días no volveremos a tener una subida de este tipo. Arriba se quedó Javier descansando y yo marché por la meseta donde un aire fresco revitalizaba el ánimo. La ampolla del pie me molestaba un poco, pero podía soportarlo sin mayor impedimento, estaba todavía fuerte.
En la bajada, también bastante brusca, podía divisar la Tierra de Campos con sus llanuras. Delante podía ver a Miguel y a Antonio que a su vez se habían separado. Paso a paso y con la mente muy despejada fui cruzando diversos caminos hasta que llegue a la fuente del Piojo y después a una carretera comarcal que dirige a la Ermita gótica de San Nicolás.
Esta es una ermita-albergue en la que en el verano hospitaleros italianos de la orden de Malta dan cobijo a los peregrinos. Es un edificio robusto al lado del Puente Fitero. En esta época todavía está cerrado, por lo que no tuve ocasión de visitarlo.
En el puente se termina la provincia de Burgos y comienza la de Palencia, esta me acogerá durante los próximos días. El puente Fitero fue mandado construir por Alfonso VI.
Aquí es importante rememorar la belleza del camino burgalés. Se inicia en Redecilla del Camino, se atraviesa los Montes de Oca llegando a la espiritualidad y misticismo de San Juan de Ortega. Luego se da un paso por la prehistoria en Atapuerca y por la historia con el gótico más puro en la Catedral de Burgos. Y todo ello con la acogida cariñosa de todas sus gentes.
Con estos pensamientos atravesé el Puente medieval sobre el río Pisuerga. Enseguida se tuerce a la derecha y por un camino se llega Itero de la Vega.
Fue fundado como pueblo de behetría (antiguamente, población cuyos vecinos, como dueños absolutos de ella, podían recibir por señor a quien quisiesen) por Fernando Mentález, el conde contemporáneo de Fernán González que fundó Melgar de Fernamental en la provincia de Burgos. Aparece citado en el poema de Fernán González como uno de los vértices del triángulo que fue el primer condado castellano: Peña Amaya al norte de la provincia de Burgos, Villafranca Montes de Oca al este de la capital e Itero de la Vega al oeste.
El cuerpo ya estaba cansado y necesitaba un reposo, así que busque un bar donde reponer fuerzas. Encontré a mis compañeros que estaban reposando en una mesa a la puerta de una tienda-bar. Quitándome las botas y tomando una apetecible coca charlamos sobre el tramo recorrido. Eran las 10 de la mañana y el día amenazaba calor, ni una sola nube se distinguía.
A las 10 y media reemprendí sólo el recorrido. Este se inicia por un camino parcelario muy recto y perfectamente definido. En la lejanía se ve un pequeño collado al que llegue después de pasar el Canal del Pisuerga. En este tramo coincidí con un grupo de peregrinos de la Asociación de Burgos. Estos estaban haciendo el camino los fines de semana. Era un grupo de unas 50 personas que habían empezado en Itero de la Vega y que llegarían hasta Frómista.
Los fui adelantando pese a llevar yo mochila y ellos ir descargados. Con algunos de ellos charlé y compartí las incidencias del camino. Estas asociaciones permiten mantener las infraestructuras de señalización y albergues. Al mismo tiempo agrupan a todas aquellas personas que han quedado prendadas del camino y son un medio de que compartan su experiencias y esperanzas.
Con estos amigos superé el collado y en una recta de tres o cuatro kilómetros llegamos a Boadilla del Camino, fueron dos horas muy agradables y en buena compañía.
En Boadilla del Camino es más que destacable su famoso y bellísimo Rollo Jurisdiccional, este monumento representa el lugar donde se impartía justicia a los reos, dándoles de latigazos cuando correspondía. Este acto tan macabro no resta belleza a esta columna decorada del siglo XV.
Al lado se encuentra una hospedería privada donde aproveche para refrescarme y descansar un rato. Eran las 12 y media de la mañana y ya había recorrido unos 20 kilómetros. La ampolla del pie empezaba a molestar bastante, aproveche el descanso para cambiar de calcetines y refrescar los pies.
A la una reemprendí el paseo. A poca distancia se llega al canal de Castilla que será mi acompañante hasta el final de etapa. Esta fue una obra faraónica de la ingeniería civil. Se inició en el siglo XVIII por el marqués de la Ensenada, para transportar el grano desde esta Tierra de Campos hasta el puerto de Santander. Los desniveles se salvaban por esclusas y las barcazas eran tiradas por mulas, así el Canal con unos cinco metros por encima del nivel del suelo y con un ancho de unos 10 metros permitirían un transporte masivo. La obra quedó inconclusa con un recorrido de más de 200 kilómetros. Actualmente sus aguas sirven de canal de riego a las huertas circundantes, también se están haciendo recorridos turísticos. Aprovechando sus aguas es posible ver multitud de aves que lo utilizan de criadero y para beber.
Con un dolor cada vez más fuerte y haciendo un par de paradas para reposar fui llegando a la esclusa de Frómista y posteriormente a este fantástico pueblo. Digo esto por que desde la lejanía es posible ver las tres obras maestras de este pueblo fantástico venido a menos. Tiene tres iglesias a cual mejor. Una del siglo XI, otra del XIII y por último una del XV. De todas ellas destaca la iglesia de San Martín, uno de los más brillantes ejemplos del románico español.
Después de disfrutar de una primera vista de San Martín me dirigí al albergue, donde me recibió una hospitalera que me ubicó en la planta superior. Tras una reconstituyente ducha y de una pequeña colada fui a comer a uno de sus múltiples restaurantes junto con los maños, Antonio y Fernando. Estos son compañeros de trabajo que todos los años dedican una semana para realizar el camino. En esta ocasión empezando en Burgos quieren llegar hasta León.
Con la barriga llena la siesta fue imprescindible.
Me desperté con el ruido de los peregrinos que iban llegando, muchos de ellos eran los mismos con los que había estado en Castrojeriz y otros que venían desde Hontanas. Para evitar el bullicio salí a conocer las maravillas de esta población junto con Miguel.
Visitamos las tres iglesias y quedamos anonadados por la hermosura de San Martín. Después nos sentamos en una terraza tomando una apetitosa cerveza mientras que departíamos con los sucesos del día.
A las ocho y media nos juntamos los cinco que habíamos empezado el día para hacer una cena comunitaria a base de embutidos y frutas que aportamos entre todos. Estas cenas son muy satisfactorias para relacionarnos y vivir un poco más el camino.
Esta jornada ha sido variada y amena, desde mañana el camino empieza a ser mucho más austero y monótono. La llanura nos acompañara de forma cruda durante las próximos días, y se añorarán las subidas y bajadas. Nuestros ojos no tendrán el límite y no habrán montañas que nos hagan perder la línea de horizonte.
- Kilómetros.- 24,9.
Frómista – Carrión de los Condes. 28 de abril del 2003.
La noche pasó en un suspiro. Muy temprano empezaron a oírse ruidos de plástico y movimientos de peregrinos madrugadores. A las 6:30 decidí levantarme pues ya era imposible seguir en la cama con tanto ruido.
En seguida me preparé y con una pequeña molestia en el pie derecho debido a una hermosa, en cuanto a tamaño, ampolla. Estaba “gorda” e inflamada.
Pese a estas condiciones me era posible todavía andar con soltura y sin demasiado dolor. Estas dolencias son debidas a los excesos, ayer como primer día había andado casi 40 kilómetros, lo cual para un primer día es excesivo para mi. Las ansias de estar en el Camino me hicieron alargar demasiado la etapa.
Nada más salir busqué un bar para tomar café y encontré uno que estaba recién abierto y que todavía estaba limpiando. Amablemente me sirvieron un tazón de café con leche y dos magdalenas.
Ya con la barriga llena y la cabeza despejada comencé el paseo. Este es por un andadero perfectamente marcado, paralelo a la carretera. Así es durante los 20 kilómetros de la etapa. Sólo se despista el andadero en los pueblos. La mayoría del mismo es llano y resto. Solos los poyos que marcan el camino rompen la rutina.
Entre dos luces pase el puente sobre la autovía e inicie el camino. Se podía palpar la amplitud de la llanura, se distinguían muchos kilómetros a la redonda.
Aunque no había sido el primero en levantarme si fui el primero en iniciar la andadura, así que no tenía a nadie por referencia.
Como entretenimiento de mi mente me dediqué a contar cuantos kilómetros hacia por hora. En este tramo es muy sencillo, sistemáticamente cada kilómetro hay un poyete con la distancia. Llegué a la conclusión que mi paso era de 5 kilómetros a la hora.
Ante esta monotonía la cabeza volaba en pensamientos y recuerdos. La rememoranza de momentos y lugares es inevitable cuando la soledad nos acompaña, el único elemento que distorsiona es la cercanía de la carretera. Yo intenté centrarlos en sitios felices y positivos que me dieran buenas sensaciones. Conseguí durante muchos tramos que mi cuerpo estuviera en el camino pero mi mente vagara por los senderos del recuerdo y de mi historia. El tiempo se me abrevió cuando me olvidaba de donde estaba.
Sólo la llegada a pueblos como Población de Campos me apartaba del andadero durante unos centenares de metros y me hacían despistarme de los pensamientos. Este pueblo tiene un albergue municipal en las antiguas escuelas. No es demasiado utilizado al estar tan cerca de Frómista, algo menos de 4 kilómetros. La distracción de este pueblo apenas de duró 5 minutos, el andadero de tierra y las piedrecitas blancas continuaron.
En esta población es posible escoger una variante que aleja de la carretera durante 6 kilómetros. La ampolla de mi pie empezaba a protestar así que decidí continuar pegado a la carretera.
Pasé por los pueblos de Revenga de Campos, Villarmenteros de Campos y por último Villalcázar de Sirga. Aquí hice la parada para almorzar enfrente de la Iglesia de Santa María la Blanca. Este es un impresionante templo románico con ampliaciones góticas. Me fue imposible visitarlo, como me suele suceder en numerables ocasiones en el Camino.
Eran las diez y poco de la mañana cuando realicé esta parada para reposar mi dañado pie y alimentar el cuerpo con un fabuloso bocata de tortilla.
En esta parada estuve cerca de una hora, la ampolla se había reventado y la piel levantado. Cuando volvía a calzarme cojeaba ostensiblemente y tenía un serio dolor. Con resignación y con paso lento afronté el último tramo que es algo menos llano que todo lo anterior.
Antonio me alcanzó cuando llevaba 10 minutos andando, y me acompañó hasta Carrión.
Es muy curioso que Antonio tiene un paso muy rápido y aunque va acompañado por Fernando siempre se separa en la andadura, este tiene un paso muy pausado. Aunque muchas veces incomprensible tiene una razón inapelable, cada persona tiene un ritmo de paso que hay que respetar para no dañar las articulaciones. Tan malo es que una acelere el paso como que otro lo relentice.
Con la charla en poco tiempo llegamos al alto de un repecho donde ya es posible ver Carrión, aunque todavía faltan 3 kilómetros para destino.
Nos dirigimos al centro, junto a la iglesia de Santa María del Camino, buscando el albergue. Este se encontraba cerrado y hasta la una no se abría. Aprovechamos para disfrutar el magnífico pórtico románico que escenifica el tributo de las cien doncellas.
Poco a poco fueron llegando los compañeros, primero Miguel y luego Fernando. Cuando estábamos todos reunidos nos replanteamos continuar hasta Calzadilla, pero mi pie maltratado, no podía dar un paso más, y el poder visitar este pueblo con tranquilidad nos convenció a terminar aquí la etapa del día.
A la 13:30 abrió el albergue Margarita, la hermana del párroco de Santa María. Esta es una anciana encantadora que da conversación al peregrino y ánimos para que se sienta cómodo durante su estancia en este albergue. Este alojamiento está compuesto por dos habitaciones grandes con literas. El baño aunque tiene lo imprescindible necesita un repaso importante pues se le ve viejo y un poco escaso para los peregrinos que se pueden llegar a hospedar.
Después de asearnos Fernando y Antonio me acompañaron al centro de salud de Carrión para que me atendieran el pie. Yo me suelo resistir bastante antes de acudir al médico pero ante la insistencia de Fernando, que alardea de haber visitado casi todos los centros de salud, y las molestias no me quedó más remedio. La enfermera me reparó con un mimo increíble mi ampolla, primero levantó la piel y la corto con un bisturí, después la desinfectó y la tapó con un apósito resistente. Me aconsejaron que durante dos días no levantara el vendaje, que lo protegiera con calcetines y que me olvidara de andar con las botas, que no podía tener ningún tipo de rozadura sobre la misma.
Con muchas dudas de cómo iba a continuar mañana salimos del centro de Salud. La verdad que con las sandalias que llevaba la herida no me molestaba y decidí continuar con este calzado pues para retirarse siempre hay tiempo.
Nos fuimos a tomar una cerveza y un bocata que repusiera las fuerzas. Hoy, pese a la herida, había sido una etapa corta en comparación de la de los días anteriores, así que tenías fuerzas suficientes para pasear por las calles de Carrión y visitar la iglesia de Santiago y después llegar a través del puente sobre el río Carrión visitar el monasterio de San Zoilo. Estuvimos un rato largo descansando en el claustro renacentista.
Por la noche cenamos todos juntos en un restaurante cercano al albergue y a las nueve y media ya me encontraba en la cama con las botas empaquetadas en la mochila. En mi cabeza rondaban dudas de si podría continuar y con estas inseguridades me quedé dormido pensando que no había que anticipar las cosas y que el propio camino dictara su veredicto al día siguiente.
- Kilómetros.- 19,2.
Carrión de los Condes – Terradillo de los Templarios. 29-04-2003
La noche fue magnífica y mi única preocupación era como andaría con la ampolla en el pie que me impedía ponerme las botas. Con las sandalias al no presionar en el tobillo no me dolía, pero nunca había andado tanto con sandalias.
Con estos pensamientos y dudas, a las seis y media de la mañana me tiré de la cama. Rápidamente me preparé y salí a la calle. Todos los bares que me encontré estaban cerrados, así que hoy no tocaba desayunar en barra por lo que tuve que tirar de la manzana que siempre llevo como reserva para las emergencias.
Con paso lento, pero sin molestias, emprendí el recorrido por las calles de Carrión. Pasé el puente y poco después el monasterio de San Zoilo.
Además de la duda por mi pie tenía el temor por los 17 kilómetros sin ningún pueblo que anunciaba la guía, ella hablaba de un gran reto de soledad. Me propuse que si llegaba como ayer a Carrión, me retiraría en Calzadilla de Cueza. De momento me encontraba muy bien.
Atravesé el cruce de carreteras a la salida de Carrión y por una carreterita secundaria de muy poco tráfico y con un arbolado muy agradable emprendí camino hacia el monasterio de Benevívere. A estas horas de la mañana el frescor estimula el disfrute del Camino, además un precioso amanecer en la naturaleza fortalecen la moral y me llenan de positivos pensamientos. Sin apenas darme cuenta recorrí los primeros kilómetros hasta las ruinas del monasterio, del que apenas queda un recuerdo de lo que fue un centro de oración y acogimiento de peregrinos. A este punto se tarda aproximadamente una hora y media.
Por arte de magia el arbolado desaparece y nos encontramos con un camino recto y llano que permitía ver el horizonte. A la derecha y a bastante distancia se insinuaba la autopista y de frente, casi en el horizonte, sobre una pequeña loma unos arbolitos, a los cuales llegaría dos horas después. A la izquierda se veían grandes fincas de cereal, donde un tractor roturaba la tierra. Las fincas eran enormes, al tractor le costaba bastantes minutos recorrer la longitud de las misma.
Ni por delante ni por detrás había ningún peregrino, estos habían esperado la apertura de los bares para desayunar. Tiempo que yo les llevaba de ventaja, esto me permitía ir en soledad y no tener que compartir conversación. En las primeras horas me apetece ir sólo con mis pensamientos gozando de la paz y tranquilidad del campo abierto.
Mi cabeza volvió a volar por los recovecos de mis recuerdos. Las distracciones eran nulas, mucho menores que en la etapa del día anterior, aquí ni tan siquiera había poyetes que interrumpieran mi marcha.
El vuelo de algunos pájaros y los tractores fueron mi entretenimiento. A las 10 de la mañana llegue a una granja y a un cruce de caminos, allí aproveché para descansar un rato. No se veía a ningún peregrino. El cielo estaba despejado aunque corría algo de aire.
La fila de arbolitos se veía en la distancia y me parecía imposible que el camino no torciera nada y se llegara hasta ellos, cosa que efectivamente hizo. Cuando llevaba casi 4 horas empecé a notar el cansancio y mis ojos trataban de buscar una señal del pueblo de Calzadilla, pero no se podía distinguir nada. Este pueblo está en una hondonada y hasta que se está al lado no se puede ver la torre de su iglesia.
Entre las primeras casas está el albergue. Estaban limpiándolo y me dirigí al único bar-restaurante, donde llegue sobre la 11 y media.
Estaba cansado pero el pie no me dolía. Solté la mochila y me tomé un merecido desayuno. Estaba cansado pero feliz por ver que no solo con las botas se puede hacer el camino. Revisé el apósito del pie y comprobé que estaba perfecto.
Allí estuve parado durante una hora en la que no llegó ningún peregrino.
Con las fuerzas renovadas volví a cargar la mochila y por un terreno algo más ondulado reemprendí la marcha. Agradecí las ondulaciones, me había saturado de la monotonía de la llanura.
A mitad de camino de Lédigos se pasa por los restos del hospital de las Tiendas que entretienen durante un rato al caminante, este nombre viene de que los frailes colocaban lonas en el exterior del monasterio para albergar a los peregrinos durante la Edad Media. En hora y media llegue a Lédigos. Este es un pueblecín sin servicios para el peregrino, a parte del albergue y del refugio privado anexo al mismo. Aproveche y tome una coca cola que me refrescara.
Estando aquí parado me alcanzó Antonio con su marcha rápida y con él hice la última media hora hasta Terradillo de los Templarios.
Este pueblo casi abandonado de casas de adobe tiene un remanso de tranquilidad en el albergue privado. Este tiene en la fachada una enorme flecha amarilla y una cruz templaria muy grandes que hacen casi imposible saltárselo.
Fuimos los primeros en llegar. Nos recibió Marisa que nos coloco en una habitación de cuatro personas que compartiríamos con Miguel y Fernando. Las camas tenían sábanas y sería un lugar perfecto de descanso.
Después de la ducha nos sentamos a reposar en el patio rodeados de la ropa tendida del albergue. Los peregrinos fueron llegando durante toda la tarde. Aquí volvimos a encontrarnos con Javier, el marino mercante y con el agricultor francés que ya se había juntado con sus compañeras. Javier tenía una tendinitis y decidió terminar mañana en Sahagún.
Sólo salimos para dar una vuelta por el pueblo. Este apenas tiene diez habitantes empadronados. No había ni tienda ni bar ni ningún servicio para el peregrino. El único sitio que permite alguna comodidad es el albergue privado en el que te venden pan, embutido y la bebida que quieras. Si el camino no pasara por aquí este pueblo sería uno más de los muchos abandonados que ya hay en España.
Por la noche nos reunimos todos los peregrinos a cenar el menú de Marisa (7 €). Este es un negocio seguro en un lugar donde no hay nada y en las proximidades tampoco. Sólo Sahagún tiene los servicios necesarios, pero se encuentra demasiado lejos para hacerlo, se convertiría en una etapa muy larga.
A las 10 de la noche ya me encontraba en la cama dispuesto a dormir y feliz por haber vivido una etapa dura y al mismo tiempo tremendamente hermosa.
Kilómetros.- 26,2.